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«Collage» de tiempos pintados, Revista ABC

En una cama bajo la sábana blanca, Andra Rotaru

En una cama bajo la sábana blanca
En una cama bajo la sábana blanca

«Collage» de tiempos pintados, Revista ABC

(Jaime Siles, 22.11.2008)

La base de la lírica no es tanto el lenguaje como la persona poemática. Esquilo lo supo muy pronto, como lo demuestra el monólogo del guardián con que su Agamenón se inicia. Plauto y Catulo, también; Ovidio le añadió una representación icónica casi cinematográfica; los trovadores le dieron una coloratura más moderna; Browning, una modulación casi actual, que recogieron -cada cual, a su modo- Pound, Pessoa, Cavafis, Cernuda y Borges, que son quienes más avanzaron en la investigación de la persona poemática, que Yeats había trabajado en lo que tiene de lirismo dramático y que Jaime Gil de Biedma convirtió en drama de la identidad.

Andra Rotaru (Bucarest, 1980) utiliza la figura de la mexicana Frida Kahlo como máscara para decir -o hacer decir- cosas que tal vez no se atrevería a -o no podría- decir de otro modo. La voz que habla en los poemas es la de Frida Kahlo -o mejor: la de la mímesis de la pintora Frida Kahlo, que tampoco es la misma que la de la realidad sino una ficción de ella en el sentido que la Poética de Aristóteles le daba, y en cuya boca pone declaraciones como ésta: «Soy una mestiza con uvas / desvanecidas en cuadros pintados / en un espacio vegetal».

El primer poema, titulado «Genealogías», adelanta la clave de lectura; «Apodos», el segundo, describe su método, que el resto del libro no hace sino desarrollar dentro de un espejo en el que la visión y lo visto se deforman como la historia en el discurso fragmentado, pero no interrumpido, que la narra.

Tormentosa personalidad. Una realidad, más onírica que suprarreal, conforma la geografía interna de este libro, en el que la materia analizada no es el mundo sino una compleja, tormentosa y atormentada personalidad, que funciona como correlato objetivo y a la vez como yo analógico. Todo ello, rodeado por un clima de ensoñación que recuerda el de la pintura metafísica de maniquíes articulados de Giorgio de Chirico y la fotografía de tiendas y objetos de ortopedia de Herbert List.

Expresionistamente visionaria, la poesía de Andra Rotaru analiza -como la pintura de Frida Kahlo- más la conciencia que la realidad, o la realidad en lo que ésta tiene de conciencia, que es lo que hace que la imagen se convierta en visión: visión -hay que aclarar- distinta del sentido y, por ello, visión otra de la realidad. Conciencia, pues, como paisaje que tematiza «el lugar de la desgracia» y que el poema titulado «Yesos de flores» explica en su totalidad.

La belleza del feísmo informa la poética de esta escritura que linda con algunos rasgos de Rimbaud, de Lautréamont y del surrealismo, pero con los que no se llega nunca a identificar porque -como expresa muy bien la voz de la protagonista poemática- su intento no es formular una estética sino «superar las fronteras del mundo».

Marius Chivu subraya tres ejes temáticos: «La alteración, la obsesión corporal y la feminidad alienada», derivadas de «un cuerpo sin características, transformado en una curiosidad mecanomorfa» y envuelto en una arquitectura de metal, que traduce todo en manchas de linfa e impresiones y que está abierto al amplio abanico de la sexualidad, que aquí es una alusión constante que no difumina ni oculta sus referentes.

El carácter orgánico -y acaso demasiado mecánico del libro- experimenta una significativa y lograda variación en «El suicidio de Dorothy Hale», en el que el exterior urbano y el interior del personaje que presta su voz poemática convergen en una adecuación tonal y lingüísticamente muy perfecta, a la que el habla proporciona tanta verosimilitud como singularidad: «A los 33 años ya no hay más tiempo para conquistas rápidas».

Cargas de profundidad. «Todos los lunáticos» -que participa de un clima similar al que, en la versión de Eurípides, el cinismo de Jasón creaba en el alma de Medea- transforma una situación en apariencia trágica en otra, claramente cómica, por las cargas de profundidad de su ironía y su sometimiento voluntario al «juicio masculino de Dios».

Andra Rotaru ha conseguido con su primer libro lo que otros no consiguen ni con cien: despertar un justificadísimo interés entre los lectores y la crítica. ¿Por qué? Porque aquí monólogo dramático y escenografía icónica y plástica sirven de cauce a una poesía de técnica ecfrástica en la que la posible subjetividad de la perspectiva se subordina a lo objetivo de la situación. (Jaime Siles, 22.11.2008, Revista ABC, numărul 878)